lunes, 12 de mayo de 2014

Infancia desvanecida.

Ahora que todo ha cambiado, ahora que mi vida ha dado la vuelta, me pongo a pensar en lo que yo era hace tres años. Yo era una niña feliz, sin complejos ni preocupaciones que fuesen más allá de sacar buenas notas en el instituto, con amigos a mi alrededor, me llevaba genial con mi familia, era feliz, a mi manera. ¿Donde quedó todo eso? Eso quedó escondido en un baúl que no se donde puse. ¿En que me he convertido? En alguien totalmente diferente. Mi personalidad ha cambiado, maduré antes de lo debido, por obligación. Ahora me alegro de haberlo hecho. Pero tres años de mi infancia se desvanecieron. Con once años tenía que pensar como una persona de quince. O maduraba de golpe, o me comían. Pensando cada día en lo que haría cada día para no encontrarme con aquellas personas, cada noche en vela pensando en que haría al día siguiente para no coincidir. Cuando conseguía dormir a las pocas horas me despertaba llorando, agarrada fuertemente a las sábanas, gracias a esas pesadillas. Esas pesadillas que casi cuatro años después siguen siendo igual de efectivas en mi. Y las pesadillas venían con ansiedad, depresion, y varios intentos de desaparecer de este mundo. Mi cuerpo lleno de heridas. Queriendo desvanecerme. Me encontraba en el límite de mi cordura. Cuando ya me acostumbré a ello, pensaba que no podía estar peor...JÁ. Vinieron los malditos complejos. ¿Porque yo era así cuando podía ser más bonita y más delgada? Por esas palabras tan dañinas dirigidas a mi, que me dolían tanto como mil espinitas de cristal. Empecé a dejar de comer. Mi estómago se cerraba poco a poco. Desmayos, ansiedad, obsesión por mi peso y miedo a esa maldita báscula. Todo sin que mis familiares se dieran cuenta. Eso duró poco, hasta que empecé a comer...pero desgraciadamente eso no duraba mucho dentro de mi estómago. Era horrible, cada vez tenía menos fuerzas y menos ganas de todo. Ahora me encuentro entre medias de todo. Mi depresión no cesa, mis pesadillas no desaparecen, mis complejos mucho menos. Ese miedo. Que no desaparece. Hacia esa maldita báscula que me mira desde mi cuarto. A la que no soy capaz de acercarme. Aqui sigo. Al límite de mi cordura de nuevo. 

Son lágrimas diarias, que no paran. Sentimientos de culpabilidad por todo. Como una vida puede cambiar por completo. En tan solo cuatro años. Todo tan diferente. Dentro de mi siempre estará esa niña que desea salir de nuevo para acabar de experimentar sus últimos años de infancia, pero ya es tarde. Demasiado tarde. 





Itta.                                                                                                                                                             

No hay comentarios:

Publicar un comentario